5/11/09

Un largo camino cuyo destino se llama justicia social


Hace cinco años que algunos imaginamos que la política de cooperación para el desarrollo fuera una política de estado. Imaginamos que formara parte de la agenda política de un gobierno con una mirada distinta hacia los problemas del sur, que abordara las relaciones internacionales desde el dialogo y la voluntad de entendimiento, pero sobre todo con la humildad del que quiere cooperar y lo hace con la mano tendida.

Los ciudadanos nos dieron su confianza para que la política de cooperación fuera más eficaz, incrementando nuestra ayuda y mejorando la calidad de la misma. Y nos pusimos a trabajar, contando con todos y con todas.

En octubre de 2007 nos dimos cita para compartir que “estábamos en el camino”, y para analizar los retos que teníamos que afrontar “sin dejar de caminar.

Un encuentro cuyas ponencias y conclusiones se recogen en este libro que el martes tuve el honor de presentar en la Casa Encendida y que hoy os quiero recomendar.

Recoge el compromiso de todos aquellos y aquellas que nos dimos cita en aquel espacio de reflexión e intercambio. Un espacio plural, que contó con la participación activa de las ONGD,s y los altos cargos de la banca, de los representantes de todos los partidos políticos y de las distintas administraciones, desde la confederación de religiosos hasta las organizaciones de comercio justo o feministas…

En definitiva, un encuentro que nos sirvió para marcar la hoja de ruta que nos permitiera responder a lo que hoy nos exige la sociedad española: cómo lograr seguir avanzando en nuestro compromiso por un mundo más justo y cómo ser más eficaces en nuestra lucha contra la pobreza.

Estos cinco últimos años hemos logrado, gracias al esfuerzo de todos los agentes de la cooperación española, los mayores avances de nuestra todavía breve historia en la cooperación internacional. Unos avances que lejos de complacernos, deben ser nuestro punto de apoyo para imaginar los próximos pasos en camino hacia un mundo global en el que nos hagamos cargo de la suerte de los demás, y en el que el lugar de nacimiento no siga siendo el origen de una desigualdad que determine nuestro destino.

También hemos aprendido de los errores del pasado y hoy queremos ser socios de los países con los que cooperamos y respaldar aquellas soluciones y propuestas que sus hombres y mujeres desarrollen o propongan. Sabemos, por ejemplo, que si volvemos a excluir a las mujeres y a los países del sur de las grandes decisiones, nos volveremos a equivocar.

Pero lo importante es que todos los que entonces nos comprometimos, y todos aquellos que se han incorporado en el trayecto, estoy convencida, que seguimos con ese mismo reto en nuestras conciencias.

Algunos quieren aprovechar la difícil coyuntura económica para sembrar la demagogia, intentando enfrentar los intereses de muchos ciudadanos de “los países ricos” que hoy lo están pasando mal y los ciudadanos de “los países del sur”. Esta es una pendiente tan peligrosa como equivocada, pues si algo hemos aprendido en esta crisis es que vivimos un mundo interdependiente, donde una crisis humanitaria acaba teniendo, consecuencias dramáticas allí y serias repercusiones aquí. Un mundo que ante la crisis exige más políticas sociales aquí, y más cooperación al desarrollo para avanzar hacia la justicia social allí.

Siempre hemos querido poner voz a las reivindicaciones de aquellos que nunca estaban invitados a la mesa de las grandes decisiones, y el reto hoy es que estas voces se incorporen en primera persona a los foros donde debemos diseñar un nuevo modelo económico y financiero a escala internacional.

A veces el ruido mediático implica que la agenda de la cooperación ocupe menos espacio en los medios, parece que nuestra voz se escucha menos, pero la historia reciente ha demostrado que teníamos razón en nuestras denuncias y por eso tenemos hoy autoridad y más credibilidad en nuestras propuestas. Algo que debe servir para que el compromiso y la ilusión que nos empuja no desfallezcan, porque nuestro empeño es hoy más necesario que nunca.


P.D. Esta semana también conocimos la muerte del maestro Francisco Ayala que, afortunadamente para todos nosotros y nosotras, nos deja tras su dilatada peripecia vital, el legado de más de un siglo de lucidez, curiosidad, compromiso, inteligencia, sensibilidad, ética y dignidad. Todo un referente para la España democrática de hoy, hija de intelectuales como Ayala, un privilegiado testigo del siglo XX cuyas palabras nos ayudarán a comprender mejor este siglo XXI. Muchas gracias, Francisco.